Steve McQueen, el estilo de un antihéroe
Pese a los méritos recientes del artista británico del mismo nombre, director entre
 otros filmes de 12 años de esclavitud (Steve McQueen, 2014), hablamos del Steve
 McQueen  que es leyenda. El actor, el personaje, el piloto de carreras, aquel que
 convertía en tendencia todo lo que hacía antes de que existieran los “influencers”
o las redes sociales.

La Galerie Joseph de la capital francesa acoge hasta el 30 de agosto una exposición
de  fotos y otros objetos relacionados con la vida y obra de Steve McQueen.
Retratos sobre su persona, su trabajo a lo largo de 24 años como actor y sobre esa
 vocación a 
veces frustrada que era la de piloto de carreras, daba lo mismo que fuera sobre dos o 
cuatro ruedas. La exhibición incluye también objetos muy importantes para entender 
el legado de McQueen como lo es una réplica del famoso Ford Mustang Fast que 
aparece en Bullitt (Peter Yates, 1968), la película que contiene una de las
persecuciones más famosas de la historia del cine.
Steve McQueen fue (y es) todo un referente tanto dentro como fuera de la pantalla. 
Muchas de las películas que conforman su filmografía son auténticas joyas 
cinematográficas, un manual sobre lo que es el cine de géneroBullittsigue 
inspirando a día de hoy a un gran número de películas, como la última cinta  de
Edgar  Wright; cuando se estrenó El rey del juego (Norman Jewison, 1965), la
televisión todavía no había puesto de moda la variante de póker que se juega hoy
 en día y las escenas principales son a “5-card stud”, pero aun así permanece como
una de las mejores historias sobre juego que se han llevado a la gran pantalla; años
más tarde, con Infierno en la torre (John Guillermin, 1974) sentó el precedente de
lo que serían las  grandes producciones sobre catástrofes de finales de los 70 y 80.
El gran escape (John Sturges, 1963) es no solo imprescindible en el género del cine
 bélico sino también en el de prisiones; Los siete magníficos (John Sturges, 1960) es
a la vez un gran ejemplo de western moderno y de cómo hacer una buena adaptación
(en este caso del film japonés Los siete samuráis, Akira Kurosawa, 1954).
Las películas de Steve McQueen se reflejan todavía en el trabajo de un gran número 
de cineastas y actores, como es el caso de las mencionadas. Otras como El caso 
Thomas Crown (Norman Jewison, 1968), cuentan con “remakes” posteriores, sin 
embargo, sea lo que sea, Steve McQueen lo hizo primero (y lo hizo mejor).
Su biografía está plagada de curiosidades incluso antes de que saltase a la fama en
 1960 con Los siete magníficos. Son muy conocidos algunos de sus romances, como
 el que mantuvo con Ali MacGraw, la inolvidable actriz de Love Story (Arthur 
Hiller, 1970), o su rivalidad con Paul Newman -el galán de ojos azules por
excelencia, y también amante del motociclismo-, pero si por algo se recordará
a Steve McQueen  es por su imagen.
McQueen tuvo fama de ser una persona complicada, pero fueron varios los 
directores que repitieron con él. El actor fue bastante selectivo con sus trabajos,
aprovechando cualquier oportunidad para introducir en ellos su mayor afición: 
el motor, ya fuera 
como coleccionista o como piloto. Su atractivo y ese don para hacer lo que le 
placía, fueron la clave de su éxito. En cierto modo, ser tan exclusivo fue lo que
 le hizo popular.
Steve McQueen tenía el aire atormentado de James Dean, el carácter rebelde de 
Marlon Brando y la picaresca del británico Michael Caine, pero era mucho más 
ambicioso. En 1974 se convirtió en el actor mejor pagado de Hollywood, dinero 
que usaba para ampliar su colección de autos tal y como hacía desde que recibiera 
su primer sueldo como intérprete. De hecho, después de llegar a ser quien más
ganaba estuvo dos años sin rodar nada.
Los autos y las motos, especialmente la Triumph Bonneville de El gran escape,
se siguen relacionando con McQueen tanto o más que sus actuaciones. Pero no solo
eso. 
Su estilo inspira colecciones de ropa o comerciales de televisión. Las gafas Persol, 
los relojes Heuer o Rolex que solía usar, o las cazadoras Barbour o Harrington
siguen estando tan de moda como esa mirada eterna del “King of cool” quien,
casi 40 años
 después de su fallecimiento, sigue tan vivo como lo estaba al volante de su
Mustang.